Las dudas y el miedo.

No saber qué puede pasar hace que imaginemos los escenarios posibles, es nuestra forma de prepararnos y dirigirnos a lo que queremos conseguir. A veces, alguno de estos escenarios nos parece insoportable o catastrófico, así que por miedo a que se cumpla, nos paralizamos o evitamos conseguir lo que nos habíamos propuesto.

Si no tenemos ni idea de lo que va a pasar, ¿por qué tendemos a pensar que va a ser tan desagradable para nosotros?

El miedo es compañero de la duda, ahí donde la duda no se asocia con el optimismo, suelen aparecer nuestros miedos, unos más conscientes que otros, para intentar disuadirnos de vivir situaciones que nuestra cabeza ha catalogado como amenazantes.

Quieres cambiarte de puesto de trabajo y por fin tienes la oferta que querías pero desde entonces duermes peor por las noches. Este cambio supone la mejora en tu currículum que deseabas, pero al mismo tiempo implica una serie de habilidades que hace tiempo que no practicas, puede que no se te de bien, puede que tu nuevo supervisor piense que no eres tan bueno como creías, puede que termines sintiendo que te has decepcionado a ti mismo. Este escenario desagradable existe solo en tu cabeza y por tanto no es real, ni ha sido comprobado, sin embargo, las emociones que suscita pueden ser tan intensas que terminen afectando a tu descanso, tu decisión, tu rendimiento laboral, a tu bienestar en general.

Otro ejemplo parecido puede darse en las relaciones de pareja. Por un lado, quieres compartir intimidad con otra persona y esto implica sentirte vulnerable, ya que vas a exponer una parte de ti mismo que por lo general mantienes privada. El miedo a desvelar esta parte o de resultar herido si la relación no funciona como esperabas, puede interferir con nuestro deseo de conectar con el otro y profundizar en nuestras relaciones.

¿Por qué imaginamos escenarios desagradables?

El miedo es una emoción y como cualquier otra tiene una función. En concreto, nos avisa que algo atenta contra nosotros, sea a nivel psicológico o físico, y nos prepara para prevenir o enfrentar la amenaza. Dado que nuestro instinto principal es sobrevivir, tenemos una gran capacidad para identificar posibles daños y esquivarlos. El problema es que pese a que nuestro sistema humano es funcional, todos nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos tienen un proceso y un fin útil, a veces dicho fin interfiere con otros. Pensar que un nuevo trabajo desafiante puede ser un fracaso, nos sirve para evitar una emoción desagradable y la revelación de ciertos aspectos de nuestra personalidad que no nos gustan, a nadie le apetece exponerse a la posibilidad de no ser lo que esperaba de sí mismo, sin embargo, a la vez nos está quitando la oportunidad de comprobar si será un fracaso o no, y de serlo, de aprender más sobre nosotros mismos y prepararnos para futuras vivencias.

Sé que mis miedos no me ayudan pero no desaparecen

Hay una frase que repito con frecuencia: puedes saberlo pero eso no implica que lo hayas aprendido. A nivel racional, podemos argumentar por qué ciertos comportamientos no nos ayudan y sin embargo, seguimos repitiéndolos. El caso de superar nuestros miedos no es diferente. La experiencia nos ayuda a aprender lo que creemos, de tal manera, que si soy consciente que una situación me resulta aterradora sin que existan datos objetivos para que la sienta así, la única manera para reducir ese miedo es experimentándola, descubriendo por mi mismo que el escenario imaginario que había ideado en mi cabeza no se ajusta a la realidad.